domingo, 27 de octubre de 2013

Contra Clement Greenberg: Vanguardia y Kitsch

Clement Greenberg (1909-1994). Fuente: Wikipedia.

En 1939 Clement Greenberg publica un artículo que le catapulta a la fama y acabaría siendo considerado como uno de los textos clave del arte u ña crítica artística del siglo XX. Vanguardia y Kitsch es un texto fundamental para entender cómo se desarrolló el arte con posterioridad a las Vanguardias y cómo Greenberg actuó en clave de árbitro del gusto en los ambientes norteamericanos de mediados de siglo, controlando el panorama de la crítica y pretendiendo “domesticar” la bestia desbocada que él mismo había contribuido a crear. La incisiva pluma de Tom Wolfe retrata con comicidad y elocuencia las vicisitudes de artistas y críticos durante aquellos años y cómo la generación de críticos de Greenberg, que había encumbrado al expresionismo abstracto, sucumbió ante sus propios principios cuando fue desplazado por el arte pop y la posmodernidad. Sin embargo, la huella de Greenberg sigue siendo patente en nuestra consideración de lo que es Arte Contemporáneo, de lo que es el kitsch o pastiche, e incluso de nuestra apreciación de lo antiguo para justificar lo moderno.

Pues Greenberg es un escritor sutil y astuto, que define los términos en su justa medida para que éstos puedan considerarse tanto de forma genérica como concreta. Cuando Greenberg habla de Vanguardia no habla de una vanguardia concreta, sino de cómo debe desarrollarse un movimiento artístico para ser considerado como tal, y qué criterios debe cumplir un objeto para ser considerado Kitsch. Greenberg rara vez hablará de aspectos concretos del arte, sino que diluirá sus definiciones de forma que éstas parezcan principios lógicos a aplicar por cualquiera que pretenda considerarse artista.

Estas consideraciones, que parecen lógicas y objetivas, esconden tas de sí una consecuencia nefasta. Para definir lo que es vanguardia Greenberg necesita destruir todo atisbo de dignidad en el Arte Occidental, y prácticamente reducirlo en su totalidad a un kitsch figurativo del que únicamente se libran las obras cuyo reconocimiento es tan universal que resultaría ridículo considerarla como tal pastiche. A ese respecto, la reflexión que hace este autor sobre el campesino ruso que debiera sentir más atracción hacia Picasso que hacia Repin, pues la obra del primero guarda más analogía con el lenguaje pictórico de los iconos, es muy significativo de su concepción del arte. A lo largo de sus escritos, Greenberg considerará el arte anterior a las vanguardias como una superposición de planos y formas de color que accidentalmente tienen un resultado figurativo. No importan las cuestiones iconográficas o representativas, y su análisis crítico valora por igual una obra de Velázquez y una de Pollock, no en términos de calidad artística, sino de aplicación de los mismos principios a ambas obras. Este igualitarismo tiene por doble objetivo elevar la categoría artística del moderno y por otro familiarizar al ojo no iniciado con la obra moderna a partir de su comprensión igualitaria con el antiguo, de forma que la diferencia sea más difusa. Este propósito, que podría ser loable si estuviéramos hablando de la vinculación con la Antigüedad pagana que consigue el Arte del Renacimiento, cobra aquí un precio muy alto que implica la destrucción del Arte y la imposibilidad de recuperar su legado. Esta imposibilidad viene determinada por la acelerada potencia que Greenberg imprime al concepto de Vanguardia, siempre combatiente, siempre cambiante, y cuestionando todo lo anterior como un amplio kitsch. De esta forma, durante más de veinte años se pudo dinamitar con total tranquilidad los principios que regían el Arte, reducir lo que no convenía a la categoría de kitsch, y alterar el resto para definir y justificar el expresionismo abstracto y su licitud, no ya como continuador, sino como sustituto permanente de lo antiguo.

Pero la teoría de Greenberg implicaba que toda vanguardia tenía una fecha de caducidad, y él mismo calificó en varias ocasiones de kitsch la producción artística que se salía de esa ortodoxia no enunciada que había contribuido a crear. Cuando el Arte Pop entra en escena Greenberg no duda en calificarlo de kitsch, sin embargo obvió que era un kitsch contra una vanguardia transmutada en academicismo que no toleraba cambios. Y puesto que con ello no era en la forma donde se hallaba la esencia de la vanguardia, ésta debería mudarse del contenido al concepto.


Pero el arte conceptual escapa del propósito de este escrito, que no es otro que mostrar los peligros de un texto tan importante para entender el arte del siglo XX, pero a la vez tan peligroso. Casi setenta y cinco años después de la publicación de “Vanguardia y Kitsch” ya no es necesario señalar con inquisidora moralidad los defectos de un kitsch que sigue teniendo una labor redentora frente al esnobismo académico de la vanguardia. Y es hora de valorar el arte en su justa medida y en función de los valores que genera por sí mismos. Sólo así la modernidad podrá liberarse de la tiranía de la dudosa huida hacia delante en la que la sumió la vanguardia, y la tradición continua la senda que nunca debió abandonar sin que el dedo acusador la califique como kitsch.  

1 comentario:

  1. Estimado Pfunes, me alegra que se haya decidido a publicar ese análisis sobre el indeseable de Greenberg (menudo rostro más artero tiene, como de serpiente, no sería raro que tuviera sangre cainita), especialmente interesante su impotencia para domesticar la bestia de su propia creación, es el eterno arquetipo del brujo incapaz de controlar a su propio golem. Como bien comentamos por correo, al menos en América el clasicismo no está mal visto ni absurdamente asociado al totalitarismo como en Europa.

    Saludos cordiales,

    EN CRISTO

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