martes, 9 de febrero de 2010

Introducción a la tratadística clásica (II): El Barroco

El paso del manierismo al Barroco es sutil y fluido. El punto de inflexión entre ambos periodos podemos situarlo en la celebración del Concilio de Trento (1563) y la Contrarreforma Católica. Mientras la Reforma protestante optó por una doctrina de severa austeridad y puritanismo, la Iglesia Católica, en su Contrarreforma opta por mostrar toda su gloria y el fasto. Por tanto, se intentará que los nuevos programas artísticos eviten los debates del Alto Renacimiento, fundamentalmente los relativos a la adaptación de la Antigüedad al modo de vida humanista y viceversa, y el debate sobre las plantas centralizadas. Las nuevas iglesias barrocas no tienen el carácter de armoniosa proporción de los templos del Renacimiento, sino que continúan el camino abierto por el manierismo. Este camino va buscando las distorsiones del lenguaje y la teatralidad del mismo. El barroco configura un mundo teatral y fastuoso que sufre un proceso de transformación desde las primeras trasgresiones del lenguaje clásico, hasta la ceración de un código propio, muy simbólico, heredero de una tradición medieval no del todo interrumpida por la restauración de los valores clásicos del humanismo.

Desde inicios del siglo XVI el renovado lenguaje clásico arquitectónico trasciende las fronteras de los estados Italianos y se va asentando en Europa. La difusión de las ideas de Vitruvio fuera de Italia pasa por las publicaciones de los tratados de Serlio, Vignola o Palladio. La confrontación de éstas con los restos de la Antigüedad queda reflejada en la confrontación gráfica de los detalles de los órdenes. De todos los tratados, el de Vignola fue el más aceptado, pues definía el desarrollo de un orden a través del módulo, perfectamente adaptable a las diferentes medidas locales. Sin embargo, la ausencia de otros modelos con los que poder comparar lo dicho por Serlio y Vignola, encaminaba la arquitectura de estas latitudes a una rigurosidad excesiva, a quedar atrofiada y constreñida a un conjunto de reglas geométricas y detalles estandarizados. Y es en este ambiente en el que escribe Perrault; cuestiona el postulado según el cual la belleza de un edificio resulta de la exactitud de sus proporciones. Según él, no existen reglas absolutas en materia de proporciones arquitectónicas y la definición de lo “bello” depende de todos y procede de un consenso general. Estas ideas no fueron bien acogidas en la Francia de la época, y levantaron grandes pasiones entre los tratadistas franceses, que se pusieron de uno u otro bando en la Querella de los antiguos y los modernos.

Frontispicio de los Diez Libros de Arquitectura de Vitruvio, corregidos y traducidos de nuevo al francés por Claude Perrault. Edición de París de 1673.

No sólo hubo una interpretación francesa; en Alemania, Países Bajos e Inglaterra también hubo una querella entre antiguos y modernos que seguiría los mismos derroteros que en Francia. Y de esta querella y de la propia evolución del Barroco en Italia surge la última etapa de este periodo: el Rococó, un estilo galante que suprime las tensiones del Barroco por suaves líneas curvas y formas arriñonadas. Pero este estilo frívolo y extravagante no ofrecía una alternativa aceptable para las rigurosas mentalidades académicas de la Ilustración. Para actualizar las reglas racionales que insinúan la belleza, conviene proceder primero a un minucioso análisis filológico del texto de Vitruvio, labor a la que se encomendarán las mentalidades ilustradas para definir un modo de entender la clasicidad.

2 comentarios:

  1. me encanta el barroco yel enorme sinificado religioso que tiene. En literatura sucede lo mismo, de repente la exaltación de los santos es tremenda, sólo hay que ver las justas o los cancioneros sevillanos dedicados a honrar santos. Es increible.

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  2. Didac, como bien indicas, todo en el barroco es fasto y exaltación, dentro de un gran sistema donde todo tiene su significado. En arquitectura además del fasto por el que opta la Contrarreforma Católica en la tipología tradicional de templo, perfectamente definida por la práctica histórica, hay que añadir la novedad de los palacios para los monarcas absolutos, con una tipología radicamente novedosa al servicio de sus complejos protocolos.

    En cuanto a la arquitectura barroca y su difusión a través de los tratados, insistir nuevamente en que el abigarramiento barroco no era ornamento por ornamento sino plena belleza en el sentido albertiano por estar cargada de un significado entendible por todos los miembros de la sociedad.

    Un saludo.

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