miércoles, 31 de diciembre de 2008

Lectura recomendada: El lenguaje Clásico de la Arquitectura, de John Summerson

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Cuando una persona pide consejo para iniciarse en la lectura se tiene el prejuicio de recomendarle que empiece por el principio, por los grandes hitos de la literatura universal; el inocente lector sigue el consejo y se encuentra ante los densos poemas de la Ilíada y la Odisea, o ante el amplísimo Quijote. Abrumado por la complejidad del texto, lo abandona al poco tiempo muchas veces para no volver a tocar un libro a no ser que sea por obligación.

Con el estudio del clasicismo ocurre igual: la primera lectura que se recomienda es la de Vitruvio, seguida por la de los tratadistas clásicos de la Edad Moderna. El texto de Vitruvio es bastante oscuro y complejo, y requiere de ediciones cuidadosamente anotadas e ilustradas que además de escasas son caras, por lo que el lector deberá conformarse con traducciones del texto con pocas y mediocres ilustraciones y sin apenas comentarios aclaratorios. Independientemente del interés inicial, el lector acabará desistiendo de su empresa y recurrirá a manuales de historia del arte que se limitan a clasificar el clasicismo en base a parámetros puramente estéticos y ornamentales.

Ante este panorama, resulta cuanto menos desalentador introducirse en el estudio del clasicismo. Sin embargo, al igual que se suele recomendar a Bruno Zevi (Saber ver la Arquitectura) para iniciarse en la Arquitectura, el referente para iniciarse en el clasicismo es Sir John Summerson (1904-1992) y su libro El lenguaje clásico de la Arquitectura. Esta obra es un resumido pero intenso análisis de los orígenes y evolución de la arquitectura clásica, nacidos a partir de unas populares conferencias radiofónicas emitidas entre mayo y julio de 1963.

Summerson en su introducción dedica su libro a “el estudiante no profesional que se siente atraído por la historia de la arquitectura, y quizá se acerca a ella como parte de un curso de historia del arte, pero que nunca ha captado plenamente esa disciplina gramatical que es el nervio de toda arquitectura clásica y cuya comprensión ayuda a iluminar la mayoría de las restantes arquitecturas. Este libro está dedicado a él (o a ella) y a cualquiera que aprecie la arquitectura lo bastante como para dedicarle una reflexión, en lugar de limitarse a un rápido vistazo”.

El libro se estructura en seis capítulos que, partiendo de una introducción general a la arquitectura clásica, hace un repaso de la historia de la misma desde la Antigüedad a nuestros días:

1.- Lo esencial del Clasicismo.
2.- La gramática de la Antigüedad.
3.- La lingüística del siglo XVI.
4.- La retórica del Barroco.
5.- La luz de la razón… y la arqueología.
6.- Lo clásico en lo moderno.

A lo largo de sus páginas Summerson extrae una serie de invariantes que constituyen la esencia del clasicismo hasta su anulación por parte la Modernidad. Si bien su análisis de la Modernidad es bastante negativo (comulga con la posmodernidad al considerarla fría y aburrida), se muestra optimista ante las posibilidades del clasicismo en el nuevo orden arquitectónico que se vislumbraba en la década de 1980.

En definitiva, un libro para todos los públicos escrito por un arquitecto que rehuye de los convecionales análisis formales y de ornamento que invaden las librerías de los aficionados a la arquitectura. A su modo, una forma de reivindicar la Historia de la Arquitectura para los Arquitectos.

martes, 30 de diciembre de 2008

Sobre el buen uso del Clasicismo Contemporáneo

La entrada del pasado 9 de octubre quedaría incompleta si no hiciésemos también referencia a los buenos usos que se hacen del clasicismo dentro de los tejidos urbanos destinados a uso residencial. La vivienda es quizá el tipo edificatorio que más fricciones ha provocado con el texto vitruviano desde el Renacimiento. Como ya hemos comentado anteriormente, desde el redescubrimiento de la obra de Vitruvio hubo muchos arquitectos y humanistas que se lanzaron a interpretarlo a la luz de las ruinas de la Antigüedad y las nuevas necesidades sociales. En el primer caso, los esfuerzos iban encaminados a tipificar y definir el lenguaje clásico arquitectónico, y en el segundo, su aplicación.

Los Diez Libros de Arquitectura de Vitruvio contienen una información muy detallada acerca de los edificios tipo de la Antigüedad: la basílica (donde describe su única obra documentada: la Basílica de Fanum), los diferentes tipos de templos, los teatros griego y romano, y las viviendas griega y romana, además de describir los distintos tipos de atrios y salas. A excepción del teatro, que evolucionó directamente a partir de los ejemplos vitruvianos, las demás tipologías habían quedado obsoletas como tales en el Renacimiento y se usarán por analogía en las nuevas obras.

Es cierto que hubo intentos de retomar la idea de la vivienda antigua para la nueva sociedad del renacimiento, como el caso de la Villa Madama de Rafael, que organizaba todas las actividades en torno a un atrio circular, o la villa Giulia de Roma, que a pesar de ser plenamente manierista estructura sus patios de acuerdo a los dictados vitruvianos. Pero no se fue más allá, las viviendas romana y griega se volcaban hacia dentro buscando la intimidad y huyendo del bullicio de las calles, estableciendo una dualidad entre vida social, desde el atrio hacia fuera, y vida familiar, del atrio hacia dentro. La villa renacentista (ya sea urbana, suburbana o rústica), es heredera de las viviendas fortificadas medievales, y será por tanto a partir de la reforma de éstas de dónde surjan los nuevos tipos de vivienda clásica. Y la manera que tendrán los arquitectos desde el Renacimiento de afrontar los nuevos programas de vivienda parten de la concepción de los mismos que aplican en Florencia Filipo Brunelleschi en el Palacio Pitti, y Leon Battista Alberti en el Palacio Rucellai. Ambos emplean el método de trasponer tipologías antiguas a los nuevos usos, pero el resultado es diferente: en el Palacio Pitti se emplea la superposición de niveles a partir de arcadas en aparejo rústico (como en los acueductos), mientras que Alberti usa la superposición de órdenes para indicar cada planta principal del edificio. De la evolución de éstos dos tipos de palacio nace el Palacio Romano, con su planta baja en almohadillado rústico y las superiores con órdenes superpuestos, un orden gigante, o fachada lisa, rematada siempre por un entablamento completo que variará en función del orden empleado o de las características del edificio. Será Andrea Palladio, con sus Cuatro Libros de Arquitectura, quien tipifique a partir de sus propias obras este tipo de residencia urbana. Palladio además fue el primero en emplear el frente de templo clásico como forma de “divinizar” el edificio.

La extraordinaria divulgación de la obra de Palladio durante los siglos XVII y XVIII hace que sea éste quien se convierta en el referente práctico para las viviendas urbanas, quedando el tratado de Vitruvio para los debates teóricos sobre la Arquitectura. De esta forma la vivienda urbana neoclásica se estructura fundamentalmente a través de los principios palladianos y neopalladianos definidos por los ingleses durante la época de difusión del tratado, y que acabarán siendo conocidos desde el siglo XIX como “estilo georgiano” (por la sucesión de reyes llamados Jorge que reinaron durante ese periodo, equiparable en el resto de Europa al ocaso del Barroco, Rococó y Neoclasicismo).

El neopalladianismo extendió por Europa y sentó las bases del edificio de viviendas decimonónico. Será la arquitectura doméstica urbana de
John Nash la que se erija en referente: Cumberland Terraces (1), Carlton House Terrace (2) y muestran una arquitectura sencilla, con huecos regulares y énfasis en la horizontalidad con el empleo de arquitrabes para separar las plantas, y donde la presencia de los órdenes indica sólo los accesos principales o las partes más nobles del edificio.

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(2)

Este modelo permanecerá invariable en su composición general e irá incluyendo los avances tecnológicos e higiénicos que se dan durante el siglo XIX, como los ascensores, agua corriente, calefacción centralizada o cuartos de baño. El sistema inicial de dos o tres crujías y patio trasero se adaptará a las diferentes necesidades locales (estratificación vertical en parís, horizontal en Berlín) y gracias a las nuevas estructuras de acero u hormigón armado, aumentaron en altura y permitieron una mejor ocupación de los solares.

Sin embargo, la modernidad rechazará categóricamente este modo de hacer ciudad, sustituyéndolo por los cándidos rascacielos cartesianos de Le Corbusier, o por las eficientes pastillas-colmena de la Colonia Weissenhof; con el tiempo ambas posibilidades acabaron degenerando en los bloques impersonales que pueblan nuestras periferias y albergan una sociedad alienada, monstruoso sueño de la modernidad. Y la posmodernidad, como ya comentamos en el artículo anterior, tampoco fue capaz de enmendar la situación con su lenguaje a base de clichés comercializados. Con esto no queremos decir que la modernidad no fuera capaz de dar respuesta a las necesidades planteadas tras las dos guerras mundiales, sino indicar que sus inocentes ideales fueron desvirtuados y puestos al servicio de la especulación con los resultados que todos conocemos.

Uno de los logros de la posmodernidad fue precisamente colocar al clasicismo contemporáneo en igualdad de condiciones frente a otras opciones arquitectónicas, mostrando que sus formas son perfectamente válidas para dar respuesta a las necesidades arquitectónicas de hoy día. Y como muestra de ello traemos en esta ocasión un proyecto del estudio
Robert Adam Architects, los números 51 y 53 de Malborough Place en Londres, un edificio de cuatro viviendas de lujo en uno de los barrios más deseables de la capital británica. Este barrio se estructura a partir de viviendas aisladas y adosadas, con jardines traseros y entradas porticadas. El solar de los números 51 y 53 estaba ocupado por un conglomerado de edificios de la primera mitad del siglo XX subdivididos en 16 apartamentos con un patio trasero destinado a garaje.

Por el contrario el nuevo edificio se diseña como una continuidad de la trama histórica. Las viviendas se agrupan en un bloque unificado hacia la calle, que restaura el volumen, escala y detalle de los edificios circundantes, a la vez que emplea los mismos materiales y composición. El cuerpo central está formado por un volumen blanco de estuco que contiene dos viviendas, cada una de ellas con acceso porticado; esta composición se enfatiza con un basamento y eje central en rústico. La disposición de los elementos arquitectónicos refleja la distribución interior. Por último, se le añaden dos volúmenes de ladrillo a cada lado del cuerpo central para completar las cuatro viviendas.

La planta baja de cada una de las viviendas contiene un garaje hacia la calle y un invernadero hacia el jardín trasero, con el que se espera restaurar el paisaje urbano. El proyecto resultó ganador en el concurso planteado por las autoridades, quienes describieron la propuesta como “un edificio de calidad excepcional, que debería tener el mismo grado de catalogación que sus vecinos”.

Contrariamente a lo que ocurre con el mal llamado clasicismo moderno, este tipo de propuestas contribuyen a afianzar entre el público las ventajas del clasicismo, y al compararla tanto con su “análogo moderno”, como con las propuestas minimalistas o deconstructivistas, tenemos la sincera impresión de que es el clasicismo contemporáneo quien sale ganando por resolver, además de las necesidades funcionales e higiénicas, las relaciones sociales al configurar un entorno agradable para el desarrollo de las mismas.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Edificios: Enfermería Margaret Thatcher. Hospital Real de Chelsea, Reino Unido.



El pasado 14 de Febrero Margaret Thatcher inauguró la nueva enfermería que lleva su nombre en el Hospital Real de Chelsea en Londres, que estará en pleno funcionamiento a principios de 2009. Este hecho, aparentemente rutinario en la agenda de una persona como la Dama de Hierro, reviste especial importancia para el clasicismo contemporáneo, no sólo porque con él Quinlan Terry ha demostrado que la arquitectura clásica también es válida para tipologías tradicionalmente apropiadas por la modernidad, sino también pro haber salido triunfante en una querella entablada por Richard Rogers, que aprovechó su amistad con el viceprimer ministro británico para paralizar el proyecto y sustituirlo por una propuesta personal contemporánea.


Cuando se hace referencia al Clasicismo Contemporáneo, se tiene la impresión de que éste sólo es capaz de dar respuesta a tipologías “clásicas” (viviendas, templos, teatros, museos, bibliotecas…), a la vez que se le suele tildar de incompatible con las tipologías “modernas” (edificios de oficinas, hospitales, estaciones de autobús o ferrocarril, terminales de aeropuerto…). Este prejuicio viene de la idea de que el éxito de la modernidad deriva de su facilidad para crear, con su estética racional y mínima, espacios funcionales para la vida moderna. Sin embargo, en la mayoría de los casos las soluciones que aporta no son sino versiones simplificadas de las planteadas por el clasicismo hasta bien entrado el siglo XX.

El edificio que vamos a comentar a continuación es un ejemplo que contradice esta opinión, generalizada incluso entre algunos defensores del Clasicismo Contemporáneo. El Señor Quinlan Terry ha defendido en numerosas ocasiones la vigencia del Clasicismo para dar respuesta a los problemas arquitectónicos que plantea la sociedad moderna (nos remitimos a su texto: “Siete malentendidos sobre la Arquitectura Clásica”, traducidos en este blog). Demostró con su edificio en Tottenham Court que los edificios de oficinas pueden proyectarse desde el clasicismo, y con la ampliación del Hospital Real de Chelsea ha hecho lo mismo.

El Hospital Real de Chelsea es una residencia para veteranos de Guerra, conocidos popularmente como los “pensionistas de Chelsea”. El Hospital fue fundado por Carlos II de Inglaterra en 1681 y su arquitecto fue Christopher Wren, quien se basó para el proyecto en el Hospital de los Inválidos de París, de
Jules Hardouin-Mansart. El cuerpo principal estaba terminado en 1685, y en 1686 Wren amplía el proyecto original añadiendo dos alas al este y oeste del patio central. Estos trabajos terminaron en 1692 y se admitieron los primeros 476 pensionistas. En 1694 se creó el Hospital de Greenwich como su equivalente para los marineros de la Armada Real Inglesa.

En 1809 Sir John Soane proyecta un nuevo edificio junto al ala oeste del Hospital, que fue seriamente dañado durante la Segunda Guerra Mundial y posteriormente demolido para dar paso al actual edificio moderno del Museo Nacional del Ejército. En esa época se construyeron nuevas alas habitacionales en la misma línea del Movimiento Moderno Británico de la época. Ante el progresivo deterioro de esta ampliación y su evidente incoherencia con el conjunto barroco al que sirve, en 2005 el Departamento de Planeamiento Municipal de Londres encargó a Quinlan Terry la sustitución del edificio moderno y la construcción de una nueva enfermería más adecuada con el entorno.

El proyecto del Sr. Terry es de planta cuadrada con patio central cuyo exterior se configura a partir de un pórtico toscano, el orden más sencillo, en señal de deferencia hacia Wren, cuyo edificio principal del Hospital Real es de orden dórico, más noble. Asimismo, en lugar del ladrillo rojo del edificio de Wren, Terry prefirió el típico ladrillo londinense empleado por Sir John Soane en la ampliación del ala oeste entre 1809 y 1817. El interior fue diseñado por el arquitecto Steffian Bradley, quien también demostró que se puede aunar los requerimientos de un hospital moderno con el diseño clásico.


Como era de esperar, el estamento arquitectónico moderno se resistió a admitir la validez de la propuesta de Quinlan Terry, e incluso el arquitecto londinense Richard Rogers hizo uso de su influencia como amigo del viceprimer ministro John Prescott. Rogers envió un correo personal al viceprimer ministro acusando a la propuesta de Terry de “plagio arquitectónico” y de no guardar relación con el diseño de Wren; además solicitaba a la administración londinense la paralización de los trámites del proyecto y la convocatoria de un concurso público.

Al conocer la noticia, Quinlan Terry mostró sorpresa ante lo que consideraba un claro abuso de influencias además de considerar improcedente la convocatoria de un concurso para un edificio moderno que las autoridades del Hospital de Chelsea no querían. Aunque Rogers logró inicialmente paralizar el proyecto, la necesidad de dar una nueva residencia a los pensionistas así como el apoyo por parte de las autoridades a la propuesta de Terry (que al fin y al cabo armonizaba más con el conjunto que cualquier otra propuesta moderna), permitieron la construcción del proyecto, que se espera completamente finalizado en los primeros meses de 2009.

Los propios pensionistas ayudaron tanto a la demolición de los antiguos barracones como a la construcción del nuevo edificio, simbolizando el apoyo de gran parte de la sociedad británica hacia el nuevo clasicismo.